jueves, 5 de marzo de 2009
EL GÉNERO DE TERROR
Parece un género o subgénero frívolo. No lo es. Escribir acerca del miedo no es nada fácil. Y comunicárselo al lector, menos. Veamos el cine. En una película el terror es visual y directo, entra por los cinco sentidos. Cuando un personaje dice: <>, podemos cantar con deje triunfal: <> (acentuando o alargando sobre todo la <> de muerto). Cuando la chica con problemas se mira en el espejo del baño y luego lo abre porque detrás hay un armario, sabemos que al cerrarlo tendrá algo espantoso a su espalda, reflejado en el espejo. Sombras que pasan, puertas que se cierran, impactos súbitos, todo nos sobre salta. En el cine casi cada escena conduce a un clímax tenebroso, sube la música, se nos acelera el corazón, el peligro está ahí, en alguna parte, va a salir…ya, ¡ya! (y luego todo depende de la sangre que quiera echarle el director).
En una novela de terror no hay música, no hay efectos especiales, las paredes no se mueven ni los relámpagos nos sobrecogen. Por mucho que estén descritos con precisión, si estamos leyendo el libro en el autobús a las ocho de la mañana, la tensión no es la adecuada. Otra cosa es hacerlo en casa, de noche, con tormenta o a solas. Pero esos ingredientes no se dan así como así, son circunstanciales. Por lo tanto, dar miedo a través de la palabra escrita requiere una gran maestría, un dominio del tiempo, la precisión de un cirujano para diseccionar la escena y hacer que penetre como un cuchillo helado en la mente del lector. En ocasiones, lo que nos parece más sencillo o menos importante es lo más difícil de conseguir. El terror es así.
La novela de terror debe tener una parámetros ambientales muy bien definidos, salvo que se trate de un terror psicológico, que esté en la mente del personaje, y entonces trasladamos ese ambiente a su cerebro. Casi todo lo que pretendamos estará después sujeto al ritmo de la narración que empleemos, las pausas, los puntos y aparte, las descripciones (mínimas) y los golpes de efecto (máximos)Nosotros mismo hemos de sentir el frío para que el lector lo reciba. Es decir, si habremos de escribir sobre tumbas y muertos, valdría la pena escribir de noche con una vela sólo para sentir nuestro propio miedo y poder transmitirlo al lector. El terror ha de estar intuido más que mostrado, esbozado más que escrito a la perfección, y ha de ser directo y contundente en sus puntos álgidos, sobre todo al final de cada escena tenebrosa. S i describimos un monstruo y lo hacemos en una página entera, perdemos el efecto que buscamos. Han de bastar dos, tres líneas. Y golpear la mente del lector en frío. Si le damos pistas, que sean las precisas en una economía de palabras que raye en el minimalismo. Cierto que hay novelas de terror muy barrocas, pero (sin que esto suene a consejo) sólo con una enorme maestría quizás podamos atrevernos a llegar al infierno de nuestro propio miedo, así que comencemos por lo sencillo. Finalmente, hay una palabra que debe aglutinar todo esto: tensión.
El efecto que persigue un relato de miedo es hacer que el lector pase miedo. Pero para ellos es preciso involucrar al lector en el relato, de tal modo que sienta empatía por lo mismo que el protagonista. Si intentamos construir un relato de miedo con el único ingrediente del terror, probablemente nos salga un relato de humor más que de miedo. El lector debe no sólo comprender al protagonista, sino que, además, debe simpatizar con él, con su personalidad, preocuparse por lo que suceda y desearle un final feliz. Que el final sea feliz ó no es otra cosa muy distinta: probablemente ni nosotros mismos sepamos cómo va a terminar la historia hasta llegar al final. Debería ser una sorpresa para los lectores como para el autor del texto.
Para conseguir esa alianza entre el lector y el protagonista de nuestro relato de miedo, debes construir al personaje principal siguiendo los consejos de Dean R. Koontz, primer presidente de Horror Writers of America:
1. Tu protagonista no debe comportarse de modo irracional ni meterse en problemas por el simple hecho de tomar decisiones estúpidas. Debe tener un motivo contundente, ajeno a su propia supervivencia, para arriesgarse. Por ejemplo, en la película Poltergeist, la familia no se va de la casa porque la hija pequeña está atrapada por un demonio que la retiene en otra dimensión oscura. Abandonar la casa significaría abandonar a la niña.
2. Los personajes no deben ser pasivos. No deben esperar que las cosas sucedan para después reaccionar. A medida que la situación se complica, deben tomar decisiones lógicas y extremas para enfrentarse con los enemigos, se trate de seres sobrenaturales, de fantasías que nacen en sus cerebros o de humanos como ellos.
3. Los protagonistas no deben ser superhombres ni supermujeres que siempre triunfan en cada acción que ejecutan. Eso eliminaría todo el suspense. Algunas decisiones deben mejorar la situación, y otras empeorarla. Pero lo importante es que tanto loes pequeños triunfos como de los fracasos deben sacar enseñanzas que podrán ser aplicadas en las siguientes acciones.
4. Los personajes deben tener una historia y un pasado exterior a la trama principal de miedo o terror que están viviendo. Ese pasado no debe ser un simple resumen de dónde nacieron, crecieron y estudiaron, sino que deber ser un pasado que los afecte en comportamiento actual. Los protagonistas deben tener dos tipos de problemas: uno externo (el que están sufriendo al enfrentarse con la cuestión central del relato) y otro infierno (heredado de sus propias experiencias pasadas). En el relato, pues, habrán de enfrentarse no sólo con un enemigo externo, sino también con sus propios fantasmas interiores.
5. Los personajes principales no deben preocuparse únicamente por su propia supervivencia. Si la primera motivación del protagonista es salvar su vida, ningún lector simpatizará con él. Pero si trata de salvar a otro personaje con el que mantiene una relación afectiva dentro de la historia (un familiar, un amigo, un niño…), el lector se pondrá definitivamente de su parte. En el fondo las historias de ficción siempre tratan de la interrelación de las personas. Si el amor de un personaje es tan grande como para ser capaz de arriesgar la vida por otra persona, y consigues que ese amor y esa capacidad de sacrificio sean creíbles, los lectores se sentirán conmovidos.
6. No exageres las cualidades y virtudes de tu protagonista. Debe ser capaz de sacrificarse, pero no lo conviertas en un santo. Su amor debe mostrarse a pequeña escala: sobre otro personaje más indefenso que él mismo. No lo dibujes como un amante de la ecología, el amor universal, caritativo, sentimental, enemigo de las centrales nucleares y todas las injusticias del mundo, porque en ese caso nadie podrá identificarse con él y, además, su sacrificio no supondrá ningún esfuerzo, sino un comportamiento lógico y natural.
Extracto de los libros de La página escrita y del Manual de Técnicas Narrativas
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario